Velarde en la música clásica
Ramón López Velarde (15 de junio de 1888-19 de junio de 1921) fue el Baudelaire de México. Su poesía fue una reacción contra el modernismo de influencia francesa que, como expresión de un tema y una experiencia emocional puramente mexicanos, es único. Para estimular aún más la experiencia de la lectura, a continuación mapeo sus poemas de Zozobra (Biblioteca virtual De Cervantes) con piezas de música clásica. Zozobra significa “sentimiento de tristeza, angustia o inquietud de quien teme algo”. Para disfrutar de la experiencia en full, lea el poema con la música de fondo. ¿Cómo encuentras el experimento? ¿Te hizo ver o redescubrir al poeta de otra manera? ¿Puedes mapear los poemas que me he saltado aquí?
Poemas que faltan por mapear: Introito, Día, La última odalisca, Himeneo, Las desterradas, Mi corazón se amerita… , Dejad que la alabe… , Tus dientes, Memorias del circo, Estas almendras raudas, Como en la Salve… , La estrofa que danza, Fábula dística y A las provincianas mártires.

- Hoy como nunca…
- Schindler’s list, John Williams
A Enrique González Martínez
Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo,
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de esas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;
es un paño de ánimas goteado de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite
sacar el ataúd a las calles rurales.
Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.
Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardan mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;
mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.
- Transmútase mi alma…
- Summer 78, Yann Tiersen
Transmútase mi alma en tu presencia
como un florecimiento
que se vuelve cosecha.
Los amados espectros de mi rito
para siempre me dejan;
mi alma se desazona como pobre chicuela
a quien prohíben en el mes de mayo
que vaya a ofrecer flores en la iglesia.
Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
como una azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas.
Mis lirios van muriendo, y me dan pena;
pero tu mano pródiga acumula
sobre mí sus bondades veraniegas,
y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta
del Corpus, respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.
Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.

- El viejo pozo
- Adagio for Strings, Barber
El viejo pozo de mi vieja casa
sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces
se clavaba de codos, buscando el vaticinio
de la tortuga, o bien el iris de los peces,
es un compendio de ilusión
y de históricas pequeñeces.
Ni tortuga, ni pez: sólo el venero
que mantiene su estrofa concéntrica en el agua
y que dio fe del ósculo primero
que por 1850 unió las bocas
de mi abuelo y mi abuela
¡Recurso lisonjero
con que los generosos hados
dejan caer un galardón fragante
encima de los desposados!
Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo,
y que la boca amada trascienda a fresco gozo
de manantial, y que el amor se profundice,
en la pareja que lo siente,
como el hondo venero providente…
En la pupila líquida del pozo
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía,
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesonario.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo, las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco… Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y de junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud…
pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
- Tu palabra más fútil…
- Symphony No. 9, Dvořák
Magdalena, conozco que te amo
en que la más trivial de tus acciones
es pasto para mí, como la miga
es la felicidad de los gorriones.
Tu palabra más fútil
es combustible de mi fantasía
y pasa por mi espíritu feudal
como un rayo de sol por una umbría.
Una mañana (en que la misma prosa
del vivir se tornaba melodiosa)
te daban un periódico en el tren
y rehusaste, diciendo con voz cálida:
«¿Para qué me das esto?».
Y estas cinco breves palabras de tu boca pálida
fueron como un joyel que todo el día
en mi capilla estuvo manifiesto;
y en la noche, sonaba tu pregunta:
«¿Para qué me das esto?».
Y la tarde fugaz que en el teatro
repasaban tus dedos, Magdalena,
la dorada melena
de un chiquillo.
Y el prócer ademán
con que diste limosna a aquel anciano…
Y tus dientes que van
en sonrisa ondulante, cual resúmenes
del sol, encandilando la insegura
pupila de los viejos y los párvulos…
Tus dientes, en que están la travesura
y el relámpago de un pueril espejo
que aprisiona del sol una saeta
y clava el rayo férvido en los ojos
del infante embobado
que en su cuna vegeta…
También yo, Magdalena, me deslumbro
en tu sonrisa férvida; y mis horas
van a tu zaga, hambrientas y canoras,
como va tras el ama,
por la holgura de un patio regional,
el cortesano séquito de palomas que codicia
la gota de agua azul y el rubio grano.

- Para el zenzontle impávido…
- Tragic Overture, Brahms
He vuelto a media noche a mi casa, y un canto
como vena de agua que solloza, me acoge…
Es el músico célibe, es el solista dócil
y experto, es el zenzontle que mece los cansancios
seniles y la incauta ilusión con que sueñan
las damitas… No cabe duda que el prisionero
sabe cantar. Su lengua es como aquellas otras
que el candor de los clásicos llamó lenguas harpadas.
No serían los clásicos minuciosos psicólogos,
pero atinaban con el mundo elemental
y daban a las cosas sus nombres Sigo oyendo
la musical tarea del zenzontle, y lo admiro
por impávido y fuerte, porque no se amilana
en el caos de las lóbregas vigilias, y no teme
despertar a los monstruos de la noche. Su pico
repasa el cuerpo de la noche, como el de una
amante; el valeroso pico de este zenzontle
va recorriendo el cuerpo de la noche: las cejas,
la nuca, y el bozo. Súbitamente, irrumpe
arpegio animoso que reta en su guarida
a todas las hostiles reservas de la amante…
¿Hay acaso otro solo poeta que, como éste,
desafíe a las incógnitas potestades, y hiera
con su venablo lírico el silencio despótico?
Respondamos nosotros, los necios y cobardes
que en la noche tememos aventurar la mano
afuera de las sábanas…
El zenzontle me lleva
hasta los corredores del patio solariego
en que había canarios, con el buche teñido
con un verde inicial de lechuga, y las alas
como onzas acabadas de troquelar. También
había por aquellos corredores, las roncas
palomas que se visten de canela y se ajustan
los collares de luto… Corredores propicios
en que José Manuel y Berta platicaban
y en que la misma Berta, con un gentil descoco,
me dijo alguna vez: «Si estos corredores
como tumbas, hablaran ¡qué cosas no dirían!».
Mas en estos momentos el zenzontle repite
un silbo montaraz, como un pastor llamando
a una pastora; y caigo en la lúgubre cuenta
de que el zenzontle vive castamente, y su limpia
virtud no ha de obtener un premio en Josafat.
Es seguro que al pobre cantor, que da su música
a la erótica letra de las lunas de miel,
lo aprisionaron virgen en su monte; y me apena
que ignore que la dicha de amar es un galope
del corazón sin brida, por el desfiladero
de la muerte. Deploro su castidad reclusa
y hasta le cedería uno de mis placeres.
Mas ya el sueño me vence… El zenzontle prolonga
su confesión melódica frente a las potestades
enemigas, y corto aquí mi panegírico
para el zenzontle impávido, virgen y confesor.
- Que sea para bien…
- The Four Seasons “Summer,” Vivaldi
Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien…
Ya no puedo dudar… Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas… Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.
Me revelas la síntesis de mi propio Zodíaco:
el León y la Virgen. Y mis ojos te ven
apretar en los dedos -como un haz de centellas-
éxtasis y placeres. Que sea para bien…
Tu palidez denuncia que en tu rostro
se ha posado el incendio y ha corrido la lava…
Día último de marzo; emoción; aves; sol…
Tu palidez volcánica me agrava.
¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia
al huir, con un viento de ceniza,
de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia
revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá,
te quedaste dormida en la vertiente
de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca
y calcinó tu frente?
¡Oh tú, reveladora, que traes un sabor
cabal para mi vida, y la entusiasmas:
tu triunfo es sobre un motín de satiresas
y un coro plañidero de fantasmas!
Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando
las lavas repentinas que me den
un fulgurante goce. Tu victorial y pálido
prestigio ya me invade ¡Que sea para bien!

- El minuto cobarde
- Moonlight Sonata, Beethoven
A Saturnino Herrán
En estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pecho
como una marca de tributos onerosos,
la plétora de vida
se resuelve en renuncia capital
y en miedo se liquida.
Mi sufrimiento es como un gravamen
de rencor, y mi dicha como cera
que se derrite siempre en jubileos,
y hasta mi mismo amor es como un tósigo
que en la raíz del corazón prospera.
Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas,
a mi parroquia, al ave moderada,
a la flor quieta y a las aguas vivas.
Yo quisiera acogerme a la mesura,
a la estricta conciencia y al recato
de aquellas cosas que me hicieron bien…
Anticuados relojes del Curato
cuyas pesas de cobre
se retardaban, con intención pura,
por aplazarme indefinidamente
la primera amargura.
Obesidad de aquellas lunas que iban
rodando, dormilonas y coquetas,
por un absorto azul
sobre los árboles de las banquetas.
Fatiga incierta de un incierto piano
en que un tema llorón se decantaba,
con insomnio y desgano,
en favor del obtuso centinela
y contra la salud del hortelano.
Santos de piedra que en el atrio exponen
su casulla de piedra a la herejía
del recio temporal.
Garganta criolla de Carmen García
que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.
Cromos bobalicones,
colgados por estímulo a la mesa,
y que muestran sandías y viandas
con exageraciones
pictóricas; exánimes gallinas,
y conejos en quienes no hizo sangre
lo comedido de los perdigones.
Canteras cuyo vértice poroso
destila el agua, con paciente escrúpulo,
en el monjil reposo,
del comedor, a cada golpe neto
con que las gotas, simples y tardías,
acrecen el caudal noches y días.
Acudo a la justicia original
de todas estas cosas;
mas en mi pecho siguen germinando
las plantas venenosas,
y mi violento espíritu se halla
nostálgico de sus jaculatorias
y del pío metal de su medalla.
- La mancha de púrpura
- Canon in D Major, Johann Pachelbel
Me impongo la costosa penitencia
de no mirarte en días y días, porque mis ojos
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia
como si naufragasen en un golfo de púrpura,
de melodía y de vehemencia.
Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles… Yo sufro
tu eclipse, oh creatura solar; mas en mi duelo
el afán de mirarte, se dilata
como una profecía; se descorre cual velo
paulatino; se acendra como miel; se aquilata
como la entraña de las piedras finas;
y se aguza como el llavín
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.
Tú no sabes la dicha refinada
que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo
de adorarte furtivamente, de cortejarte
más allá de la sombra, de bajarse el embozo
una vez por semana, y exponer las pupilas,
en un minuto fraudulento,
a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento.
En el bosque de amor, soy cazador furtivo;
te acecho entre dormidos y tupidos follajes;
como se acecha una ave fúlgida; y de estos viajes
por la espesura, traigo a mi aislamiento
el más fúlgido de los plumajes:
el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.

- No me condenes…
- Porz Goret, Yann Tiersen
Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase María; vivía en un suburbio,
y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba
contiguo a la Estación de los ferrocarriles, y,
¿qué noviazgo puede ser duradero
entre campanadas centrífugas y silbatos febriles?
El reloj de su sala desgajaba las ocho;
era diciembre; y yo departía con ella
bajo la limpidez glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
hubo de ser, al fin, forzoso, confidente.
María se mostraba incrédula y tristona:
yo no tenía traza de una buena persona.
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
el acierto nativo de aquella señorita
que oía y desoía tu pregón embustero?
Su desconfiar ingénito era ratificado
por los perros noctívagos, en cuya algarabía
reforzábase el duro presagio de María.
¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes:
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.
- Despilfarras el tiempo…
- Bolero, Ravel
Prolóngase tu doncellez
como una vacila intriga de ajedrez.
Torneada como una reina
de cedro, ningún jaque te despeina.
Mis peones tantálicos
al rondarte a deshora,
fracasan en sus ímpetus vandálicos.
La lámpara sonroja tu balcón;
despilfarras el tiempo y la emoción.
Yo despilfarro, en una absurda espera,
fantasía y hoguera.
En la velada incompatible, frústrase
el yacimiento espiritual y
de nuestras arterias el caudal.
Los pródigos al uso
que vengan a nosotros a aprender
cómo se dilapida todo el ser.
Tu destino y el mío, contrapuestos,
vuelcan el apogeo de la vida
febril e insomne que se va, en la ida
de un cofre que rebosa
y se malgasta en una fecha ociosa.
Las monedas excomulgadas
de nuestro adulto corazón
caen al vacío, con
lúgubre opacidad, cual si cayera
una irreparable sordera.
Y frente al ínclito derroche
de los tesoros que atesora
el yacimiento de las almas, algo,
muy hondo en mí se escandaliza y llora.

- Tierra mojada…
- In the Mood for Love, Shigeru Umebayashi
Tierra mojada de las tardes líquidas
en que la lluvia cuchichea
y en que se reblandecen las señoritas,
bajo el redoble del agua en la azotea…
Tierra mojada de las tardes olfativas
en que un afán misántropo remonta
las lascivas soledades del éter,
y en ellas se desposa
con la ulterior paloma de Noé;
mientras se obstina el tableteo
del rayo, por la nube cenagosa…
Tarde mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro,
porque en sus llantos veraniegos,
bajo el auspicio de la media luz,
el alma se licúa sobre los clavos
de su cruz…
Tardes en que el teléfono pregunta
por consabidas náyades arteras,
que salen del baño al amor
a volcar en el lecho las fatuas cabelleras
y a balbucir, con alevosía y con ventaja,
húmedos y anhelantes monosílabos,
según que la llovizna acosa las vidrieras…
Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando a un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;
tardes en que, oxidada la voluntad,
me siento acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador…
- La niña del retrato
- Lacrimosa, Requiem de W.A. Mozart
Delinquiría de leso corazón
si no anegara con mi idolatría,
en lacrimosa ablución,
la imagen de la párvula sombría.
Retrato para quien mi llanto mana
a la una de la mañana,
reflejando en su sal, que va sin brida,
la minúscula frente desmedida…
Cejas, andamio
del alcázar del rostro, en las que ondula
mi tragedia mimosa, sin la bula
para un posible epitalamio…
La niña del retrato
se puso seria, y se veló su frente,
y endureció los dos ojos profundos,
como una migajita de otros mundos
que caída en brumoso interinato,
toda la angustia sublunar presiente.
Fiereza desvalida, hecha a mirar
el mar…
Boca en bisel, como un espejo afable
que no hable…
Medias de almo color, para que vaya
por la cernida arena de la playa…
Las deleznables manos, que cavan pozos enanos,
son carceleras de los océanos…
Linda congoja de la frente linda,
la que inerme y tiránica se brinda
por modelo de copa y de coyunda y de lira rotunda…
Retrato de iniciales sinfonías:
tus cinco años son cinco bujías
a cuya luz el alma llora;
por eso a ti me abro
como a la honestidad versicolora
de un diminutivo candelabro.
Los invisibles hombros, cual quimera
en que un genio marítimo retoza,
no columbran siquiera la adoración venidera
que los ha de rozar, como se roza el codo
de una estricta compañera.
Párvula del retrato;
seriedad prematura;
linda congoja de un juego nonato
que enfrente del fotógrafo se apura;
pelo de enigma, como los edenes
enigmáticos desde donde vienes;
víspera bella que cantas
en la Octava de mi más negra hora:
hoy hice un alto por mojar tus plantas
con sangre de mis ojos, y miré
que salías del óvalo de bruma,
como punto final que se incorpora
y como duende de relojería,
a dar en los relojes de mi fe
la campanada de la dicha suma.
Niña, venusto manual:
yo te leía al borde de una estrella,
leyéndote mortífera y vital;
y absorto en el primor de la lectura
pisé el vacío…
Y voy en la centella
de una nihilista locura.

- Idolatría
- Pas de Deux,P. Tchaikovsky
La vida mágica se vive entera en la mano viril que gesticula
al evocar el seno o la cadera, como la mano de la Trinidad
teológicamente se atribula
si el Mundo parvo, que en tres dedos toma,
se le escapa cual un globo de goma.
Idolatremos todo padecer, gozando en la mirífica mujer.
Idolatría
de la expansiva y rútila garganta,
esponjado liceo
en que una curva eterna se suplanta
y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo.
Idolatría
de los dos pies lunares y solares que lunáticos
fingen el creciente en la mezquita azul de los Omares,
y cuando van de oro son un baño
para la Tierra, y son preclaramente
los dos solsticios de un único año.
Idolatría
de la grácil rodilla que soporta,
a través de los siglos de los siglos,
nuestra cabeza en la jornada corta.
Idolatría
de las arcas, que son
y fueron y serán horcas caudinas
bajo las cuales rinde el corazón
su diadema de idólatras espinas.
Idolatría
de los bustos eróticos y místicos
y los netos perfiles cabalísticos.
Idolatría
de la bizarra y música cintura,
guirnalda que en abril se transfigura,
que sirve de medida
a los más filarmónicos afanes,
y que asedian los raucos gavilanes
de nuestra juventud embravecida.
Idolatría
del peso femenino, cesta ufana
que levantamos entre los rosales
por encima de la primera cana,
en la columna de nuestros felices
brazos sacramentales.
Que siempre nuestra noche
y nuestro día clamen:
¡Idolatría! ¡Idolatría!
- Hormigas
- Lux Aeterna, Clint Mansell
A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.
Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.
Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
en una turbia fecha de cierzo gemebundo
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,
a droga y a responso, a pábilo y a cera.
Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.
Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.

- La lágrima…
- Fortune Plango Vulnera, Carmina Burana
Encima
de la azucena esquinada
que orna la cadavérica almohada; encima
del soltero dolor empedernido
de yacer como imberbe congregante mientras
los gatos erizan el ruido
y forjan una patria espeluznante; encima
del apetito nunca satisfecho,
de la cal
que demacró las conciencias livianas,
y del desencanto profesional
con que saltan del lecho
las cortesanas;
encima
de la ingenuidad casamentera
y del descalabro que nada espera; encima
de la huesa y del nido,
la lágrima salobre que he bebido.
Lágrima de infinito
que eternizaste el amoroso rito;
lágrima en cuyos mares
goza mi áncora su náufrago baño
y esquilmo los vellones singulares
de un compungido rebaño;
lágrima en cuya gloria se refracta
el iris fiel de mi pasión exacta;
lágrima en que navegan sin pendones
los mástiles de las consternaciones;
ágrima con que quiso
mi gratitud, salar el Paraíso;
lágrima mía, en ti me encerraría,
debajo de un deleite sepulcral,
como un vigía
en su salobre y mórbido fanal.
- Ánima adoratriz
- The Phantom of the Opera, Lloyd Webber
Mi virtud de sentir se acoge a la divisa
del barómetro lúbrico, que en su enagua
violeta los volubles matices de los climas sujeta
con una probidad instantánea y precisa.
Mi única virtud es sentirme desollado
en el templo y la calle, en la alcoba y el prado.
Orean mi bautismo, en alma y carne vivas,
las ráfagas eternas entre las fugitivas.
Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno, la vejez con su báculo,
el grifo que vomita su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
Todo lo que a mis ojos es limpio y es agudo
bebe de mis droláticas arterias el saludo.
Mi ángel guardián y mi demonio estrafalario,
desgranando granadas fieles, siguen mi pista
en las vicisitudes de la bermeja lista
que marca, en tierra firme y en mar, mi itinerario.
Como aquel que fue herido en la noche agorera
y denunció su paso goteando la acera,
yo puedo desandar mi camino rubí,
hasta el minuto y hasta la casa en que nací
místicamente armado contra la laica era.
Dejo, sin testamento, su gota a cada clavo
teñido con la savia de mi ritual madera;
no recojo mi sangre, ni siquiera la lavo.
Espiritual al prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a la clorosis virgen y azul de los Gonzagas
y a la cárdena quiebra del Marqués de Priola.
¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquimal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz: a la hora que elijas
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
Mas será con el cálculo de una amena medida:
que se acaben a un tiempo el arrobo y la vida
y que del vino fausto no quedando en la mesa
ni la hez de una hez, se derrumbe en la huesa
el burlesco legado de una estéril pavesa.

- Todo…
- Prélude Op. 32, Rachmaninoff
A José D. Frías
Sonámbula y picante, mi voz es la gemela
de la canela.
Canela ultramontana
e islamita;
por ella mi experiencia sigue de señorita.
Criado con ella,
mi alma tornó la forma
de su botella.
Si digo carne o espíritu,
paréceme que el diablo se ríe del vocablo;
mas nunca vaciló
mi fe si dije «yo».
Yo, varón integral, nutrido en el panal de Mahoma
y en el que cuida Roma
en la Mesa Central.
Uno es mi fruto: vivir en el cogollo de cada minuto.
Que el milagro se haga,
dejándome aureola
o trayéndome llaga.
No porto insignias de masón
ni de Caballero
de Colón.
A pesar del moralista que la asedia
y sobre la comedia que la traiciona,
es santa mi persona,
santa en el fuego lento con que dora el altar
y en el remordimiento del día que se me fue
sin oficiar.
En mis andanzas callejeras del jeroglífico nocturno,
cuando cada muchacha
entorna sus maderas,
me deja atribulado
su enigma de no ser ni carne ni pescado.
Aunque toca al poeta roerse los codos,
vivo la formidable
vida de todas y de todos;
en mí late un pontífice que todo lo posee
todo lo bendice;
la dolorosa Naturaleza
sus tres reinos ampara debajo de mi tiara;
y mi papal instinto se conmueve
con la ignorancia de la nieve
y la sabiduría del jacinto.
- El retorno maléfico
- Catharsis, Vladimír Hirsch
A don Ignacio I. Gastélum
Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.
Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.
Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha,
su esperanza desecha.
Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?».
Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica como
un estribillo plañidero.
Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zuma y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.
Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares; noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano alguna vieja aria;
el gendarme que pita…
…Y una íntima tristeza reaccionaria.

- La doncella verde
- Sonata Claro de Luna, Beethoven
(En la muerte de José Enrique Rodó).
En la quieta impostura virginal de la noche
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, padrinos del erótico abrazo,
el mundo de Rubén Darío se contrista
por el cordial filósofo que sembró en el regazo
de América esperanzas, por el espectro artista
que hoy arroba al Zodiaco con su arenga optimista.
Yo alabo al confesor de la Santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.
Esperanza, doncella verde, tu vestidura
es el matiz de una corteza prematura.
Esperanza, en el arco iris, tu cabellera
ameniza los cielos como una enredadera.
Esperanza, los astros en que titila el verde
son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.
Los ojos vegetales con que miras y salvas
parodian a la felpa rústica de las malvas.
En la luz teologal de tus dos ojos claros
se surten las luciérnagas, las joyas y los faros.
Rayan la oscuridad del más oscuro mes
las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies.
Y tapizas el antro submarino, y la harmónica
cita de los cipreses, y la paleta agónica.
¡Oh doncella, que guardas los suspiros más graves
del hombre, como guarda un llavero, sus llaves:
un relámpago anuncia que el instante se acerca
en que tiñas de ti las aguas de mi alberca,
y a tu paso, fosfórica e inviolable mujer,
mi corazón se abre, pronto a reverdecer!
Y bajo la impostura virginal de la noche
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, un mito saludable me afianza
y alabo al confesor de la santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.
- Como las esferas…
- Gymnopédie No.1, Erik Satie
Muchachita que eras brevedad,
redondez y color, como las esferas
que en las rinconeras
de una sala ortodoxa mitigan su esplendor…
Muchachita hemisférica y algo triste
que tus lágrimas púberes me diste,
que en el mes del Rosario a mis ojos fingías
amapola diciendo avemarías
y que dejabas en mi idilio proletario
y en mi corbata indigente,
cual un aroma dúplice,
tu ternura naciente
y tu catolicismo milenario…
En un día de báquicos desenfrenos,
me dicen que preguntas por mí;
te evoco tan pequeña, que puedes bañar
tus plenos encantos dentro de un poco
de licor, porque cabe tu estatua pía
en la última copa de la cristalería;
y revives redonda,
castiza y breve como las esferas
que en las rinconeras del siglo diecinueve,
amortiguan su gala
verde o azul o carmesí,
y copian, en la curva que se parece a ti,
el inventario de la muerta sala.

- A las vírgenes
- Nocturne N20, Chopin
¡Oh vírgenes rebeldes y sumisas:
convertidme en el fiel reclinatorio
de vuestros codos y vuestras sonrisas
y en la fragua sangrienta del holgorio
en que quieren quemarse vuestras prisas!…
¡Oh botones baldíos en el huerto
de una resignación llena de abrojos!:
lloráis un bien que, sin nacer, ha muerto,
y a vuestra pura lápida concierto
los fraternales llantos de mis ojos…
¡Hermanas mías, todas,
las que, contentas con el limpio daño
de la virginidad, vais en las bodas celestes,
por llevar sobre las finas
y litúrgicas palmas y en el paño
de la eterna Pasión, clavos y espinas;
y vosotras también, las de la hoguera carnal
en la vendimia y el chubasco,
en el invierno, y en la primavera;
las del nítido viaje de Damasco
y las que en la renuncia llana
y lisa de la tarde, salís a los balcones
que beban la brisa
los sexos, cual sañudos escorpiones!
¡El tiempo se desboca; el torbellino
os arrastra al fatal despeñadero
de la Muerte; en las sombras adivino
vuestro desnudo encanto volandero;
y os quisieran ceñir mis manos fieles,
por detener vuestra caída obscura
con un lúbrico lazo de claveles
lazado a cada virginal cintura!
¡Vírgenes fraternales: me consumo
en el álgido afán de ser el humo
que se alza en vuestro aceite
a hora y a deshora,
y de encarnar vuestro primer deleite
cuando se filtra la modesta aurora,
por la jactancia de la bugamvilia,
en las sábanas de vuestra vigilia!
- El mendigo
- Adagio in G Minor, Tomaso Albinoni
Soy el mendigo cósmico
y mi inopia es la suma
de todos los voraces ayunos pordioseros;
mi alma y mi carne trémulas
imploran a la espuma
del mar y al simulacro azul de los luceros.
El cuervo legendario que nutre al cenobita
vuela por mi Tebaida sin dejarme su pan,
otro cuervo transporta una flor inaudita,
otro lleva en el pico a la mujer de Adán,
y sin verme siquiera, los tres cuervos se van.
Prosigue descubriendo mi pupila famélica
más panes y más lindas mujeres
y más rosas en el bando de cuervos
que en la jornada célica sus picos
atavía con las cargas preciosas,
y encima de mi sacro apetito no baja
sino un pétalo, un rizo prófugo, una migaja.
Saboreo mi brizna heteróclita,
y siente mi sed la cristalina nostalgia
de la fuente, y la pródiga vida
se derrama en el falso
festín y en el suplicio de mi hambre creciente,
como una cornucopia se vuelca en un cadalso.

- A las vírgenes
- Energy Flow, Ryuichi Sakamoto
¡Oh vírgenes rebeldes y sumisas:
convertidme en el fiel reclinatorio
de vuestros codos y vuestras sonrisas
y en la fragua sangrienta del holgorio
en que quieren quemarse vuestras prisas!…
¡Oh botones baldíos en el huerto
de una resignación llena de abrojos!:
lloráis un bien que, sin nacer, ha muerto,
y a vuestra pura lápida concierto
los fraternales llantos de mis ojos…
¡Hermanas mías, todas,
las que, contentas con el limpio daño
de la virginidad, vais en las bodas celestes,
por llevar sobre las finas
y litúrgicas palmas y en el paño
de la eterna Pasión, clavos y espinas;
y vosotras también, las de la hoguera carnal
en la vendimia y el chubasco,
en el invierno, y en la primavera;
las del nítido viaje de Damasco
y las que en la renuncia llana
y lisa de la tarde, salís a los balcones
que beban la brisa
los sexos, cual sañudos escorpiones!
¡El tiempo se desboca; el torbellino
os arrastra al fatal despeñadero
de la Muerte; en las sombras adivino
vuestro desnudo encanto volandero;
y os quisieran ceñir mis manos fieles,
por detener vuestra caída obscura
con un lúbrico lazo de claveles
lazado a cada virginal cintura!
¡Vírgenes fraternales: me consumo
en el álgido afán de ser el humo
que se alza en vuestro aceite
a hora y a deshora,
y de encarnar vuestro primer deleite
cuando se filtra la modesta aurora,
por la jactancia de la bugamvilia,
en las sábanas de vuestra vigilia!
- El candil
- Orchestral Suite No. 3, Bach
A Alejandro Quijano
En la cúspide radiante
que el metal de mi persona
dilucida y perfecciona,
y en que una mano celeste
y otra de tierra me fincan
sobre la sien la corona;
en la orgía matinal
en que me ahogo en azul
y soy como un esmeril
y central y esencial como el rosal;
en la gloria en que melifluo
soy activamente casto
porque lo vivo y lo inánime
se me ofrece gozoso como pasto;
en esta mística gula
en que mi nombre de pila
es una candente cábala
que todo lo engrandece y lo aniquila;
he descubierto mi símbolo
en el candil en forma de bajel
que cuelga de las cúpulas criollas
su cristal sabio y su plegaria fiel.
¡Oh candil, oh bajel, frente al altar
cumplimos, en dúo recóndito,
un solo mandamiento: venerar!
Embarcación que iluminas
a las piscinas divinas:
en tu irisada presencia
mi humanidad se esponja y se anaranja,
porque en la muda eminencia
están anclados contigo el vuelo de mis gaviotas
y el humo sollozante de mis flotas.
¡Oh candil, oh bajel: Dios ve tu pulso
y sabe que te anonadas
en las cúpulas sagradas
no por decrépito ni por insulso!
Tu alta oración animas con el genio de los climas.
Tú conoces el espanto
de las islas de leprosos, el domicilio polar
de los donjuanescos osos, la magnética bahía
de los deliquios venéreos,
las garzas ecuatoriales cual escrúpulos aéreos,
y por ello ante el Señor paralizas tu experiencia
como el olor que da tu mejor flor.
Paralelo a tu quimera, cristalizo sin sofismas
las brasas de mi ígnea primavera,
çenarbolo mi júbilo y mi mal
y suspendo mis llagas como prismas.
Candil, que vas como yo enfermo de lo absoluto,
y enfilas la experta proa
a un dorado archipiélago sin luto;
candil, hermético esquife:
mis sueños recalcitrantes enmudecen
cual un cero en tu cristal marinero,
inmóviles, excelsos y adorantes.

- Humildemente…
- Lieder ohne Worte, Mendelssohn
A mi madre y a mis hermanas
Cuando me sobrevenga el cansancio del fin,
me iré, como la grulla del refrán, a mi pueblo,
a arrodillarme entre
las rosas de la plaza, los aros de los niños
y los flecos de seda de los tápalos.
A arrodillarme en medio
de una banqueta herbosa,
cuando sacramentando al reloj de la torre,
de redondel de luto y manecillas de oro,
al hombre y a la bestia,
al azar que embriaga y a los rayos del sol,
aparece en su estufa el Divinísimo.
Abrazado a la luz
de la tarde que borda,
como al hilo de una apostólica araña, he de decir mi prez
humillada y humilde,
más que las herraduras
de las mansas acémilas
que conducen al Santo Sacramento.
«Te conozco, Señor, aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas
me quedo sordomudo, paralítico y ciego,
por gozar tu balsámica presencia.
»Tu carroza sonora
apaga repentina
el breve movimiento, cual si fuesen las calles una juguetería
que se quedó sin cuerda.
»Mi prima, con la aguja
en alto, tras sus vidrios,
está inmóvil con un gesto de estatua.
»El cartero aldeano
que trae nuevas del mundo,
se ha hincado en su valija.
»El húmedo corpiño de Genoveva, puesto
a secar, ya no baila arriba del tejado.
»La gallina y sus pollos
pintados de granizo interrumpen su fábula.
»La frente de don Blas petrificose junto
a la hinchada baldosa
que agrietan las raíces de los fresnos.
»Las naranjas cesaron de crecer, y yo apenas
si palpito a tus ojos
para poder vivir este minuto.
»Señor, mi temerario corazón que buscaba arrogantes quimeras,
se anonada y te grita
que yo soy tu juguete agradecido.
»Porque me acompasaste en el pecho un imán
de figura de trébol
y apasionada tinta de amapola.
»Pero ese mismo imán
es humilde y oculto, como el peine imantado
con que las señoritas levantan alfileres
y electrizan su pelo en la penumbra.
»Señor, este juguete de corazón de imán,
te ama y te confiesa con el íntimo ardor
de la raíz que empuja
y agrieta las baldosas seculares.
»Todo está de rodillas y en el polvo las frentes; mi vida es la amapola
pasional, y su tallo
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas».
- Jerezanas…
- Ave Maria, Schubert
A María Enriqueta
Jerezanas, paisanas,
institutrices de mi corazón,
buenas mujeres y buenas cristianas…
Os retrató la señora que dijo:
«Cuando busque mi hijo
a su media naranja,
lo mandaré vendado hasta Jerez».
Porque jugando a la gallina ciega
con vosotras, el jugador
atrapa una alma linda y una púdica tez.
Jerezanas,
os debo mis virtudes católicas y humanas,
porque en el otro siglo, en vuestro hogar,
en los ceremoniosos estrados me eduqué,
velándome de amor, como las frentes
se velaban debajo del tupé.
Acababan de irse
el polisón y la crinolina,
pero alcancé las caudalosas colas
que alargan el imán del ave femenina
de las cinturas hasta las consolas.
Así se reveló, por las colas profusas,
mi cordial abundancia,
y también por los moños enormes
que en mi infancia
trocaban a las plantas bizantinas
en rondel de palomas capuchinas.
Jerezanas, genio y figura
del tiempo en que los ávidos pimpollos
teníamos, de pie,
la misma clementísima estatura que tenía,
sentada, nuestra Fe.
Jerezanas,
traslúcidas y beatas dentaduras
en que se filtra el sol, creando en cada boca
las atmósferas claroscuras
en que el Cielo y la Tierra se dan cita
y en que es visitada Bernardita.
Jerezanas,
de quienes aprendí a ser generoso,
mirando que la mano anacoreta
era la propia que en la feria anual
aplaudía en el coso
y apostaba columnas de metal
en el escándalo de la ruleta.
Jerezanas,
grito y mueca de azoro
a las tres de la tarde, por el humor
del toro que en la sala
se cuela bobeando, y está
como un inofensivo calavera
ante la señorita tumbada en el sofá.
Jerezanas, panes benditos,
por vosotras, el Miércoles de Ceniza, simula
el pueblo una gran frente llena de Jesusitos.
Jerezanas, abísmase mi ser
en las aguas de la misericordia
al evocar la máquina de coser
que al impulso de vuestra zapatilla,
sobre mi vocación y vuestros
linos enhebraba una bastilla.
Dios quiera que esté salvada
la máquina de acústicos galopes,
por la cual fue mi ayer melódica jornada
y un sobresalto mi vida
ante los pulcros dedos hacendosos
resbalando a la aguja empedernida.
Jerezanas,
he visto el menoscabo
de los bucles que alabo,
de los undosos bucles
que enjugaron sin mofa mis pucheros,
de los bucles rielantes,
cabrilleo lunar, blanco de la llovizna
y trono de los lápices caseros;
he visto revolar la última brizna
de vuestras gracias proverbiales;
he visto deformada vuestra hermosura
por todas las dolencias y por todos los males;
he visto el manicomio en que murmura
vuestra cabeza rota sus delirios;
he visto que os ganáis
el pan con las agujas a la luz del quinqué;
he sido el centinela de vuestros cuatro cirios;
pero ninguna chanza del presente
logra desprestigiaros, porque sois el tupé,
los moños capuchinos y la gruta de Lourdes
de la boca indulgente.
Jerezanas,
colibríes de tápalo y quitasol,
que vagabundas en la gloria matutina
paraban junto a mis rejas,
por espiar la joyante canción de mi madrina
rememorando a Serafín Bemol:
«Si soy la causa de lo que escucho,
amigo mío, lo siento mucho.»
Jerezanas,
a cuyos rostros que nimbaba el denso
vapor estimulante de la sopa,
el comensal airado y desairado
disparaba el suspiro a quemarropa.
Jerezanas,
que al cumplir con la ley
de la anual comunión, miráis a la primera
golondrina de marzo en la Casa del Rey
de los Reyes; la párvula golondrina
que entró a enseñaros su pecho de mamey.
Jerezanas,
cuyo heroico destino
desemboca en la iglesia y lucha
con el vino, vistiendo santos
o desvistiendo ebrios, con la misma
caridad de los cantos
que os hinchan las arterias en el cuello.
Jerezanas,
briosas cual el galope que me llenó
de espantos al veros devorar la llanura y el río
sobre el raudo señorío
del albardón de las abuelas;
erguidas como la araucaria, y débiles como el futuro
de un huevecillo de canaria.
Jerezanas:
cuando el sol vespertino amorate
vuestros vidrios, y os heléis
en el diario silencio del inútil combate,
tomad las fechas de mi vida
como hilas del pañuelo de un hermano
para curar vuestra herida
según la vieja usanza, y para abrigar
el nido del pájaro consentido.
Jerezanas:
yo aspiro a ser el casto reyezuelo
de los días en que os sentís probadas por el Cielo.
Marchitas, locas o muertas, sois las ondas del manantial
que ondula arriba de lo temporal,
y en el eterno friso de mi alma cada paisana mía
se eslabona como la letra de la Virgen:
encima de una nube y con una corona.

- Disco de Newton
- Valse Sentimentale, Tchaikovsky
Omnicromía de la tarde amena…
El alma, a la sordina, y la luz, peregrina,
y la ventura, plena,
y la Vida, una hada
que por amar está desencajada.
Firmamento plomizo.
En el ocaso, un rizo de azafrán.
Un ángel que derrama su tintero.
La brisa, cual refrán lastimero.
En el áureo deliquio del collado,
hálito verde, cual respiración
de dragón.
Y el valle fascinado
impulsa al ósculo a que se remonte
por los tragaluces del horizonte.
Tiempo confidencial,
como el dedal
de las desahuciadas bordadoras
que enredan su monólogo fatal
en el ovillo de las huecas horas.
Confidencia que fuiste
en la mano de ayer
veta de rosicler, un alpiste
y un perfume de Orsay.
Tarde, como un ensayo
de dicha, entre los pétalos de mayo;
tarde, disco de Newton,
en que era omnícroma la primavera
y la Vida una hada
en un pasivo amor desencajada…
- Te honro en el espanto…
- Un Sospiro, Liszt
Ya que tu voz, como un muelle vapor, me baña,
y mis ojos, tributos a la eterna guadaña,
por ti osan mirar de frente el ataúd;
ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia,
antes que en la veleta llore el póstumo alud;
ya que por ti ha lanzado a la Muerte su reto
la cerviz animosa del ardido esqueleto
predestinado al hierro del fúnebre dogal;
te honro en el espanto de una perdida alcoba
de nigromante, en que tu yerta faz se arroba
sobre una tibia, como sobre un cabezal;
y porque eres, Amada, la armoniosa elegida
de mi sangre, sintiendo que la convulsa vida
es un puente de abismo en que vamos tú y yo,
mis besos te recorren en devotas hileras encima
de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó.

Comments 3
August 27, 2021 at 1:51 pm
I am a fan of yours. This is so beautiful and so profound. Is there a way to hire you for a couple of blog posts?
August 27, 2021 at 3:37 pm
Regina, thanks for reaching out. At the moment, I am only available for long-term commitments. However, I have sent you an email so that we can connect and see if later it will be possible. Regards
September 11, 2021 at 11:54 pm
¡Gracias por esta maravillosa experiencia! Dos horas inmersas en poemas y música clásica es sin duda un paseo espiritual. ¿Cómo me suscribo a la newsletter?